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La red de restaurantes de barrio que lucha contra el aislamiento social en Francia

Con una quincena de locales, son un punto de encuentro para los vecinos que pueden asistir a cocinar o a comer. Cada restaurante establece acuerdos con comercios del barrio y productores locales

Restaurantes Francia

Son las 9:30 horas de la mañana y unos 25 desconocidos comparten mesa y café en el comedor de Fabrique Pola, un espacio cultural en Burdeos, que hoy presta su cocina al restaurante asociativo Les Petites Cantines. Entre los comensales, una funcionaria del Ministerio de Justicia, un asistente financiero, una empresaria, dos estudiantes, un profesor de universidad, una madre de dos niños en busca de desconexión… A todos les une el amor por la comida y las ganas de implicarse en un proyecto que, además de ayudar, les permita conocer a otras personas. Una voluntaria explica el plan del día: han elegido un entrante, un plato y dos postres para el almuerzo que horas más tarde van a compartir. Toca crear cuatro grupos, uno para cada plato, repartir las recetas y ponerse manos a la obra.

Lo que nació en 2013 como un proyecto de barrio, en Lyon, es ahora una red de restaurantes que cuenta con 14 locales en Francia y otros 17 en construcción. La historia de Les Petites Cantines se inicia tras la tragedia personal que Diane Dupré La Tour tuvo que atravesar cuando tenía 32 años. Su marido falleció en un accidente y ella se quedó a cargo de tres niños pequeños. La solidaridad de sus vecinos, que en los meses que siguieron le llevaban fiambreras de comida para apoyarla, fue la boya de salvación a la que se agarró y el motor para crear un restaurante que luchara contra la precariedad de vínculos que golpea a la sociedad.

“El aislamiento afecta incluso a personas que parecen completamente sociables”, dice Dupré la Tour, que compartió su vivencia en el libro Comme à la maison (Actes Sud, 2024). “Les Petites Cantines es como una cocina doméstica donde la gente parece que se conoce de toda la vida, aunque en realidad llevan juntos un par de horas. Si te atreves a abrir la puerta verás mesas largas, sillas desparejadas y una cocina abierta donde lo mismo te toca poner la mesa que lavar los platos”, explicaba la fundadora, en un podcast del diario Le Figaro. Aunque no es el objetivo, algunos de los comensales acaban incluso encontrando trabajo al tener la oportunidad de hablar con alguien externo a su círculo que puede ofrecerles empleo o formación, o que les da una pista para conseguirlo. “Simplemente creando vínculos. Ese es el músculo que tendríamos que reactivar en la sociedad”, narraba.

Burdeos abrirá una cantina en septiembre en el barrio de Benauge, elegido por ser un cruce entre zona popular y nuevas viviendas que han atraído a familias jóvenes llegadas desde otros puntos del país. “Antes de lanzarnos, nos piden que tomemos el pulso a la ciudad: ¿Necesita este tipo de proyecto? ¿Los vecinos lo reclaman? Nosotros cada vez que organizamos una comida estamos llenos”, cuenta Manon Toeriman, una de las cuatro impulsoras del proyecto en Burdeos que están terminando de recaudar los 230.000 euros con los que han de contar para lanzarse.

La idea de Les Petites Cantines es que la gente participe y pague parte de su comida.

A la necesidad social, se añade la búsqueda de financiación, tanto pública como privada. Una vez en marcha, el restaurante debe financiarse principalmente con su propia actividad para pagar el alquiler y el salario de un empleado que organiza las comidas, gestiona la reserva, los voluntarios y demás tareas administrativas. El principio es simple: los voluntarios se inscriben unos días antes para participar en la preparación de la comida o ir a comer, en función de su disponibilidad. El precio es libre y cada uno paga lo que puede o quiere. Aunque no es obligatorio, te recomiendan que acudas solo para favorecer el intercambio y la diversidad social.

Nadège Giamarchi, responsable comercial y amante de la cocina, enseña a hacer caramelo a Inès y Vilma, dos estudiantes de catorce años que han venido con sus madres. A ellas les ha tocado preparar uno de los postres, copa de chocolate con caramelo de mantequilla salada, pero se les ha quemado el azúcar. “No hay que ser un gran cocinero para venir, hacemos recetas simples y sencillas, y siempre hay algunos amantes de la cocina, como es mi caso, para guiar a los que están más perdidos”, cuenta Nadège. Cerca de los fogones, otros tres cocinillas cortan el pollo y la col del wok de verduras con fideos chinos que servirá de plato principal, y que tendrá también versión vegetariana. El menú del día estará completado por una ensalada de remolacha y ricotta en entrante, magdalenas caseras y café.

Cada restaurante establece acuerdos con comercios del barrio y productores locales fomentando así el comercio de proximidad, la temporalidad de los productos y la alimentación en circuitos cortos. La intención es favorecer comidas saludables, de calidad y donde predomine lo vegetal. Los platos, elegidos por el responsable de sala, el único empleado de cada restaurante, son ligeros y accesibles, pero resultones, como algunos de los cocinados este mes: sopa fría de remolacha y menta, tarta de espinacas y feta, carpaccio de rábanos a la naranja, lasaña de verduras, dahl de lentejas o torta de patatas.

Con frecuencia, los voluntarios extranjeros aportan recetas de sus países, como esta semana, cuando uno de los restaurantes de París prepara una cena de especialidades isleñas, como una sopa de maíz y pollo y “Vindaye” de atún, típicos de Isla Mauricio, y un postre de las Bahamas.

La solidaridad de los vecinos

Al contrario que otras iniciativas asociativas francesas, como Les Restos du Coeur, una red de restaurantes para personas necesitadas, la idea de Les Petites Cantines es que la gente participe y pague parte de su comida. “No es gratuito. Nosotros estamos convencidos de que la inclusión pasa también por la participación y la valorización de la persona, contribuyendo a la altura de sus posibilidades a pagar su comida o a prepararla”, explica Toeriman. Al final del almuerzo, nadie sabe quién ha preparado el plato ni cuánto va a pagar el comensal que se sienta a tu lado, ya sean 5 o 20 euros.

A nivel nacional, esta red aglutina a más de 15.000 voluntarios y ha ofrecido unas 125.000 comidas desde su inicio. “Cuando organizas talleres entre semana atraes a muchos estudiantes, amas de casa, jubilados o parados, pero hay de todo. Por eso también ofrecemos talleres fuera de esos horarios, para favorecer la diversidad”, añade Toeriman. En este encuentro, que coincide con el fin de semana, el taller de cocina también se ha llenado: hay 19 participantes, y otros 15 que vendrán a comer.

Nadège Giamarchi, responsable comercial y amante de la cocina, enseña a hacer caramelo a Inès y Vilma, dos estudiantes de 14 años que han venido con sus madres. A ellas les ha tocado preparar uno de los postres, copa de chocolate con caramelo de mantequilla salada, pero se les ha quemado el azúcar. “No hay que ser un cocinitas para venir, hacemos recetas simples y sencillas, y siempre hay algunos amantes de la cocina, como es mi caso, para guiar a los que están más perdidos”, cuenta Nadège. Cerca de los fogones, otros tres cortan el pollo y la col del wok de verduras con fideos chinos que servirá de plato principal, y que tendrá también versión vegetariana. El menú del día estará completado por una ensalada de remolacha y ricotta en entrante, magdalenas caseras y café.

Dos participantes cortan el pollo y la col del 'wok' de verduras con fideos chinos que servirá de plato principal.

Cada restaurante establece acuerdos con comercios del barrio y productores locales, fomentando así el comercio de proximidad, la temporalidad de los productos y la alimentación en circuitos cortos. La intención es favorecer comidas saludables, de calidad y donde predomine lo vegetal. Y aunque es preferible reservar, cualquiera puede acercarse a Les Petites Cantines para comer. Eso sí, hay que acudir sin prejuicios, con ganas de descubrir y de remangarse la camisa.

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